viernes, julio 27, 2007

 

Gerontofilia

Gerardo Ménica, sintió toda su vida una rara atracción por las mujeres más grandes. Cuando niño, intentaba acercarse a sus niñeras (sin éxito alguno). Aunque a su mamá no le resultaba muy agradable que gerardito manoseara constantemente las partes pudorosas de las babysitters; Eduardo, el padre, sentía un orgullo troglodita por el nene.
Tomando una copa en el boliche con Lenny y Carl (sus amigos de siempre) comentaba las andanzas del “hijo é tigre” y de las mamografías caseras que le propiciaba a las cuidadoras.
Siendo ya un púber, el muchacho se sentía atraído por chicas que, en algunos casos, doblaban su edad. Poco a poco el chico crecía, avanzaba en sus estudios y se preparaba manualmente, para el día del esperado debut sexual. Un tío piola (o pajero, como quieran llamarle), como regalo de cumpleaños número 15, lo llevó a dar un paseo por el lado norte del tramo vial de la ciudad de Pando. El joven eligió (oh! casualidad) a la chica más grande que prestaba sus servicios en el lugar, Gina, de 48 años. Así, gerardito materializaba finalmente su deseo de toquetearse con una mujer mayor.
Desde ese momento, antes de comenzar una relación de pareja, realizaba a la pretendiente las 2 preguntas de rigor: ¿Era Gabriel Terra rengo?, y ¿Qué talle de pañales geriátricos utiliza?. Para comprobar si la chica en cuestión tenía el grado de madurez suficiente.
De esta forma, conoció a las mujeres que pasaron por su vida:
Teresa, la de las caderas de hierro. Esther, la friolenta (sus manos temblaban todo el tiempo). Sonia, la de la silla de ruedas fucsia. Y Margarita, la aceitunada mujer que lo dejó viudo 2 meses después de la boda. Destruido, triste, acongojado y solo, volvió a los 26 años a la casa de mamá y papá.
Hasta el momento, sus progenitores no habían hecho comentario alguno sobre la filia de gerardito. Pero llegó el día en que una caótica escena los dejó atónitos y decidieron enviarlo a una institución especializada.
Habla, a continuación, Marita, la madre de Gerardo Ménica: “Que haya estado con mujeres 3 veces más grandes que él, es tolerable. Pero bajarse una mano viendo en Youtube un video de Rosaluna a los chupones con Imilce Viñas… ese es un trastorno real”.

miércoles, julio 18, 2007

 

Stolen (lentoS)

Señores Padres, el enunciado que sucede a esta advertencia es apto para mayores de 18 años: “Negros hijos de un bollón de duraznos en almíbar tamaño familiar lleno de p****! I’ll Kill you all!”.
Volvemos al horario de protección al menor.
El título anagramático es un fiel reflejo de la forma en que afronté, afronto y afrontaré mis problemas/desavenencias/traumas/fobias: todo lo malo lo acompaño con algún breve chascarrillo (que no tiene el fin de generar risas), para alivianar tensiones.
Puntualmente, de lo que les voy a hablar a continuación es del día en que robaron a mi madre.
Datos espaciales necesarios para continuar con la lectura: vivo (al menos cuando escribí esta obra maestra, lo hacía) en un apartamento rodeado por altos muros periféricos, alambres de púas, vidrios cortados y un ineficaz alambrado eléctrico. ¿Por (y para) qué? Es que en los últimos años se ha venido gestando un cantegril de asombrosas dimensiones por estos lares.
Más de un robo han sufrido los vecinos: bicicletas, radios de autos (somos un barrio acaudalado), bolsas, bolsos, y un largo etcétera. Mi familia venía inmune. Se ve que la vacuna contra la gripe que nos dieron en Salud Pública, además de repeler el virus era un imán con polo idéntico al de las ansias de choreo.
Pero la fatídica tarde de verano llegó.
Mi vieja salía con el coche, se detuvo a hablar (sacarle el cuero al barrio) con una vecina, para conocer las novedades del edificio y manzanas aledañas. Fue ese el instante en que un negro con remera negra, gorro negro y pantalón a tono (creían que no existe el plancha dark?) rompió con un profesional codazo el vidrio del lado del acompañante, agarró la cartera de mamá, la colocó bajo sus hediondos brazos y corrió, corrió, corrió…
Mirando televisión y comiendo los restos de una ensalada de frutas de la semana anterior me encontraba yo; cuando el timbre sonó en repetidas (e incesantes) 7 u 8 oportunidades. La dulce y finita voz de un niño preescolar me hizo saber que “Robaron a tu madreeeee”. Mi desesperación fue tal que no me percaté que estaba sin remera y salí corriendo con el torso desnudo (de no haber sido por el apuro no hubiese salido despojado de mis prendas, ya que mi anatomía torácica es como la parte deforme de “scarface”, x 2).
Al llegar al auto, encontré a mi vieja sentada a un lado, rodeada de valientes vecinos que intentaban apaciguar su angustia. En fracciones de segundos me enteré de lo que había sucedido (Enrique Pinti vive en el edificio y me contó todo). No razoné y encaré pa’l cante.
A la primera persona que vi, le formulé amablemente la pregunta: “has visto al autor material del ilícito que acaba de acaecer contra mi progenitora?”. Su cara de desconcierto me hizo entender enseguida que no era un fiel seguidor de Law & Order, motivo que me hizo optar por decirle “viste al chorizo que recién hurtó la cartera de mi vieja?” (qué ingenuo soy). Un rotundo “NO!” me obligó a continuar en mi aventura matlockiense sin pista alguna que seguir.
Avancé por los confines del asentamiento, un poco más lento (el frenesí que me había dado 2 minutos de valentía, iba decreciendo). Noté que se acercaba raudamente un grupo de individuos. Mi inconsciente opinó: “Por qué no le preguntás a ellos?”; pero esa inconsciente idea se esfumó cuando escuché ofensivos epítetos emanar de sus desdentadas cavidades bucales. Al parecer tienen unos códigos de solidaridad rapiñera o algo así. Al parecer nadie me iba a decir nada. Al parecer a nadie le agradaba mi presencia. Al parecer tenían ganas de rememorar las épocas del far west y lincharme ahí mismo.
Giré 360º. Me di cuenta que quedaba nuevamente frente a la horda de indigentes. Entonces giré 180 y emprendí mi rápida retirada. Volví sin cartera y sin explicaciones. Pero con el culo sanito.

domingo, julio 08, 2007

 

Mi pobre angelito

Dear hijo:
Debí haber sospechado algo aquellos días en los que regresabas a casa con los ojos chiquititos y punzó, pero yo, ingenuamente creía que esa irritación era causada por el cloro de la piscina. Tendría que haberme inquietado el hecho de que tus bracitos tuviesen tantos orificios; y no contentarme con esa historia de los "mosquitos transgénicos superdesarrollados".
No quise darme cuenta de lo que pasaba, aquella tarde que te encontré fumando a hurtadillas, pero no tenías olor a cigarrillo; era un aroma diferente. Ese día tu alegaste que mis narinas habían percibido el olor que emanaba el nuevo sabor de Marlboro, "extra dulce" - dijiste - ¿lo recuerdas?. Coleccionar tubitos de lapicera no era uno de los hobbies más comunes, pero no pensé nada malo. Que escucharas todo el día a un tal Nesta y que la bandita de rock teenager de la que eras parte se llamara "I broke my nose" ("me parto la ñata"), tampoco me hizo sospechar. Creo que alguna punta visible tuve, aquel día en el que te escuché decirle a un señor de traje: "21 gramos"... que ingenua! Creía que te ofrecían protagonizar la segunda parte de esa saga.
Nunca me lo imaginé. Nunca quise creerlo. Esta carta tiene como propósito, ayudarte. Quiero que te sientas apoyado (yo sé que te gusta eso, hijo). Debes saber que mamá estará afuera, esperándote el día que termines ese largo tratamiento. Serán 13 años de ansiedad y espera, pero sé que si estoy viva en ese entonces, podré disfrutar de tus últimas 2 neuronas vivas (los médicos hacen todo lo posbile para salvarlas).
Cuidate Macaulay, te quiere:
Mom

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