sábado, setiembre 01, 2007

 

Oda al veinticuatro

Insistió por enésima vez pero sus amigos (simples conocidos que fingen quererlo) dieron nuevamente una respuesta negativa. Estaba decidido: no iría a la fiesta de disfraces.
Adentróse en el mundo onírico cuando el reloj cucú de su pared marcaba un cuarto para las doce. Mientras el hilo de saliva encastraba la cara de Arnaldo André estampada en su remera, él comenzaba a disfrutar del primer sueño húmedo de esa noche. Morfeo estaba generoso, y le regalaba a Gonzalo un erótico flirteo con Grecia Colmenares. Sonreía y se babeaba. De estar vivo Quiroga, seguramente se inspiraría en él para hacer la remake de “La gallina degollada”. Era todo un retardado onanista. Su mano estaba a punto de rozar el pecho de Grecia cuando una estridente voz lo despertó. Intentando hilvanar una frase con sentido, estaba Alejandro (un amigote de la noche). La lengua parecía pesarle dos kilos, pero a pesar de ello hizo gala de su retórica y convenció al bello (púbico) durmiente de salir “a mover el esqueleto”.
Ir al boliche o abrir el placard y menear las caderas hubiese sido lo mismo. El olor a naftalina que atestaba la boite era increíble. Cientos de viejos danzando al son de “Last train to London”, el crujir de las forzadas prótesis de cadera y el ruidito del belcro de los Pampers geriátricos era el marco ideal para una noche de seducción.
Aurora lo miró. Gonzalo le devolvió la mirada (a la sensual veterana se le había caído el ojo de vidrio). El Club del Clan fue cómplice de su fugaz amorío. Luego de bailar dos lentas se fueron al mueble. Aurora se sacó el pantalón, la enagua, la polera y la pierna ortopédica, y allí (después de dormir una siestita) perdieron su virginidad.

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